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Capítulo VII de El Forjador de Almas: Redención. V. 2


Continuación directa del capítulo anterior, llegan las consecuencias de la carta de Brodim y el hallazgo de los misteriosos poderes de Yuddai. Espero que os guste. Un saludo.

Aprovecho la ocasión para hacer una aclaración. Como bien sabéis, estos capítulos que estoy colgando son tan sólo un borrador. A veces, por tanto, los reviso y reescribo tras recibir vuestras impresiones. En este capítulo en concreto, he decidido añadir todo un pasaje al principio del mismo. Para poder dejar constancia de esto, añadiré a partir de ahora la coletilla V. X (donde x es la versión de la revisión) en los capítulos en los que el cambio sea lo suficientemente abultado como para merecerlo. Gracias por vuestra dedicación y paciencia. 




CAPÍTULO VII
LA DECISIÓN

Vera sintió vibrar el suelo bajo sus pies. Se dirigió al porche de su casa y vio a Zando practicar con Yuddai. Habían pasado tres días desde que la carta de Brodim pusiese patas arriba sus vidas. Tres días en los que Zando había entrenado sin descanso, tratando de dominar los extraños poderes de la espada. Un cráter humeante a escasos metros del granero delataba su falta de éxito. Él se dio cuenta de su presencia y agito un brazo, saludándola. Ella le devolvió el saludo y le indicó con un gesto que continuase. Después, se introdujo nuevamente en la casa. 
      Tomó un cuchillo del aparador situado junto a la hornilla y se dispuso a trocear el contenido de un bol lleno de verduras frescas. En cuanto sus manos comenzaron la tarea, su mente volvió a rememorar la carta de Brodim. Pese a la urgencia de la petición del regente, Zando y ella no habían tocado el tema más que en un par de ocasiones. En ambas, él había zanjado la conversación afirmando que jamás abandonaría la aldea. La había mirado a los ojos, asegurándole que ni todas las guerras del mundo conseguirían separarlo de ella.

Y ese era el problema; no había dicho que no debiese ir.
Pese al carácter reservado del veterano guerrero, Vera confiaba en él sin reservas. Si le había dado su palabra de no abandonarla, eso es lo que haría, sin importar las consecuencias. Eso la ponía en una situación tan incómoda como injusta. No podía evitar pensar en las muertes que se evitarían si Zando aceptaba el control del ejército imperial. Fuese cual fuese el devenir de la guerra, estaba convencida de que con él al mando se minimizarían las bajas y se resolvería el conflicto del modo más justo posible. Desear que no se marchara, la hacía sentir culpable. En toda su vida, no se había visto obligada a tomar decisiones capaces de afectar su futuro y el de otros de un modo tan determinante. Y ese era precisamente el problema, Zando no marcharía a la guerra, y lo haría únicamente por ella. Eso colocaba en sus manos la decisión que llevaba posponiendo los últimos días y que había llenado de angustia todas las horas del día.  
—No es justo… —se dijo soltando el cuchillo—. ¡No es justo!
Agitada, comenzó a andar en círculos por la habitación, rememorando. 
Tras toda una vida sin conocer la compañía de un hombre, había perdido trágicamente a su único familiar vivo, su hermana. Y justo cuando había aceptado una existencia de soledad y trabajo, Zando había irrumpido en su vida, llenándola de dicha. El amor había surgido entre ellos casi de inmediato. Ambos eran la respuesta a las necesidades del otro en un momento trascendental. Sus sentimientos habían fluido como algo natural. Ambos estaban hechos el uno para el otro, sin fisuras, sin condiciones, aceptándose por completo. Unos meses de convivencia era todo cuanto habían podido compartir. Desde el final de los duelos, su vida junto a Zando la había llenado de plenitud. No imaginaba cómo nadie podía ser más feliz de lo que ella era. 
>>Pero no a cualquier precio… —pensó—. Es hora de que lo aceptes, Vera Valin. Tu felicidad no vale las vidas que pueden evitarse. 
Con un profundo suspiro, se dio cuenta de que la decisión estaba tomada. De repente, se sintió extrañamente liberada. La impotencia y la pena por el golpe del destino seguían allí, pero la culpa y la tensión se habían esfumado. Resuelta, tomó un pergamino y escribió con determinación.
“Querido Brodim, Zando se pondrá en marcha de inmediato, disculpa el retraso en nuestra respuesta.”
Vera releyó la frase un par de veces antes de firmar la carta. Era escueta, pero bastaría. Se preguntó si Brodim pensaría mal de ella por contestar en nombre de ambos. 
—Poco importa eso —dijo mientras introducía la carta en la narlina. 
      Después la cerró y sustituyó la níode agotada, remplazándola por la que había en el interior. La gema brillaba, rebosante de magia. Una leve vibración le indicó que el artefacto estaba listo para partir. 
      La lanzó desde el porche de la casa, tratando de arrojarla lo más alto posible. La narlina salió disparada, sobrevolando a Zando. Éste, ajeno, seguía enfrascado en su entrenamiento. A continuación, Vera tomó la vieja mochila de Zando y la llenó con todo lo necesario para el viaje. 
      —Esto ya está —dijo en voz alta—. Ahora necesito un caballo —decidió.
      Vera salió y se encaminó en dirección a la aldea. Si se daba prisa, Zando podría partir ese mismo día. 
      —Si logro hacerlo entrar en razón —añadió. 
      De repente, deseó no haber enviado la narlina. Zando la saludó al ver que se dirigía a Roca Veteada. Ella le devolvió el saludo, súbitamente insegura. Más le valía convencerlo. 

Zando vio alejarse a Vera mientras recuperaba el resuello. Después bajo la vista, atraído por el extraño fulgor que despedía Yuddai. El hallazgo realizado sobre la misteriosa capacidad de su espada sobrepasaba cualquier cosa que hubiese podido imaginar.  El arma parecía capaz de proyectar una cantidad inmensa de energía con efectos devastadores. Dependiendo del golpe, su intensidad, la posición del filo y su trayectoria, las consecuencias de los mandobles resultaban diferentes, aunque igualmente destructivas. Si Zando golpeaba con un recorrido perfectamente paralelo al filo, una onda de energía hendía el aire, pudiendo realizar un corte limpio en lugares situados a varias decenas de  metros de distancia. Si el movimiento, en cambio, se ejecutaba con la parte plana de la espada, un potente golpe que no cortaba era igualmente proyectado, aunque su efecto era similar al de un ariete. Cuando el ataque simulaba a un aguijonazo, la distancia del impacto podía superar sin esfuerzo un centenar de metros. La velocidad, por otro lado, también afectaba al resultado de los estoques y sus consecuencias. De haber conocido la extraña propiedad de Yuddai durante el desafío a Golo, Zando hubiese vencido sin esfuerzo en todos y cada uno de los duelos. Golpear y destruir era condenadamente fácil con esa espada en sus manos. 
      Controlar el grado de esa destrucción ya era otro cantar. 
      Para que la capacidad recién descubierta sirviese para algo más que para causar un daño descontrolado, Zando necesitaba dominar la intensidad y el alcance de la espada. Con este fin, clavó una serie de postes separados entre sí por un metro, alineados uno tras otro. A continuación, se dispuso a alcanzarlos desde la distancia. Quería derribarlos de uno en uno, sin moverse de posición. Tras unas horas de infructuosos esfuerzos, finalmente consiguió que sus golpes cortasen los postes de forma consecutiva. No era una gran victoria, pues se había dado un metro de margen, pero era un comienzo, y la prueba de que se podía aprender a usar a Yuddai. De este modo, observó que le resultaba más sencillo controlar los impactos cortantes, no así los golpes demoledores. Con todo, la tarea resultaba frustrante, y cada vez que creía tener dominado algo, la vuelta de los errores le demostraban que no era más que un principiante en esa nueva y fascinante modalidad de esgrima. Sospechaba, además, que el hecho de practicar estando sumido en el omni le otorgaba una facilidad innata a la hora de aprender. En ese estado, el mundo era acción, no pensamiento. La intuición guiaba su mano, fluyendo sin esfuerzo en el arte del combate. Si le estaba costando aprender en esas condiciones, no quería ni imaginar cómo hubiese sido en un estado de vigilia normal. Afortunadamente para él, esa posibilidad era del todo imposible. Usar Yuddai sin entrar en estado de omni era imposible. De los muchos misterios que rodeaban la espada, al menos uno ya había sido resuelto. La contradicción a la que nadie sabía dar respuesta (por qué crear una espada con la que no se puede golpear nada vivo), ya tenía una explicación razonable: su poder destructivo era tal, que sólo un maestro de la esgrima consagrado podía hacer uso de ella. 
      Pero existían muchos más misterios rodeándola. El mundo que se abría ante él estaba lleno de preguntas fascinantes y éstas se agolpaban en su mente sin que por el momento pudiese hallar respuestas. ¿Servirían los poderes de Yuddai para detener golpes en lugar de infringirlos? ¿Con qué precisión podría llegar a efectuar los golpes? ¿Sólo una persona capaz de entrar en omni podía acceder a desatar su poder? Quizá los hechiceros pudiesen usar la espada. Esta última posibilidad se le antojaba plausible, aunque no explicaba por qué los ygartianos no portaban esta clase de armas. 
      —Te veo muy pensativo —dijo Vera a su espalda. Su mujer se dirigía a su encuentro con una mochila en sus manos—. ¿Te tomas un pequeño descanso? Tenemos que hablar —le dijo dándole un beso fugaz. 
      Zando abandonó el omni y el cansancio acumulado lo invadió como un torrente. 
      —No te he visto volver de la aldea —respondió mirando la mochila. Un pellizco de angustia le atenazó las tripas al comprender el significado de aquello—. Escucha, yo no… —comenzó.
      —En eso te equivocas —Vera le puso una mano en la boca, interrumpiéndolo—.  Déjame decir lo que he venido a decir, por favor. Si no lo haces, quizá no reúna el valor de nuevo. 
      Zando asintió, señalando un gran tronco situado junto a la empalizada a unos metros. Ambos se sentaron en silencio. 
      —Aún recuerdo la expresión de tu rostro el día que te conocí —comenzó Vera—. Tenías un semblante angustiado. Tus ojos reflejaban el conflicto que te corroía por dentro. Hacías lo que creías que tenías que hacer, pero no lo que tu corazón sabía que era lo correcto. Cuando encontraste tu camino y decidiste ser fiel a ti mismo tus ojos se llenaron de una paz interior que no te ha abandonado… —Vera hizo una pausa para mirarlo directamente a los ojos—, hasta ahora. 
      —Estás equivocada —respondió Zando. Se sorprendió a sí mismo por la desesperación que había destilado su respuesta—. No voy a inmiscuirme en los asuntos del imperio. Me quedaré aquí junto a ti, tal y como te prometí. Brodim no debió enviar esa carta. Sus pretensiones son imposibles. 
      —¿De verdad crees eso? ¿Crees que has estado entrenando sin descanso únicamente empujado por el misterio que supone esa espada? No, estás evitando pensar en el problema. Ambos sabemos que el imperio está al borde una guerra civil capaz de desatar la peor guerra que Hurgia ha conocido. 
      —Que así sea —sentenció Zando, testarudo—. Le he dado al imperio media vida. No me quitarán los años que me quedan, no ahora que te he encontrado. 
      —Tus palabras dicen una cosa —afirmó Vera acariciando su mejilla—. Tus ojos dicen otra, mi amor. 
      —No… yo jamás…
      —Lo sé, sé que nunca me abandonarías, y te quiero más por eso. Pero también sé que nunca te perdonarías el hecho de no hacer nada, de evitar las miles de muertes que sólo tú puedes evitar. La gente cree en ti, tu gesta les aportó esperanza, y tu presencia a su lado les dará la fuerza para hacer lo necesario para salvar sus vidas. El imperio no es sólo un concepto político o territorial. En el fondo, hablamos de vidas. Sé que no deseas ir, sé que el imperio no despierta tus simpatías. Son las vidas que se perderán si no vas lo que te perseguirá hasta el final de tus días. 
      Vera lo miro con los ojos a punto de desbordarse. A duras penas conseguía mantener la entereza. 
      —Ya ves, amor mío —acertó a decir al fin—, si te vas, te pierdo, pero conservo la esperanza de recuperarte algún día. Si te quedas, jamás te lo perdonarás. Viviré el resto de mis días con la sombra del hombre que eres. Cuando recibimos la carta de Brodim, ambos creímos que podíamos decidir. Ahora sé que no. 
      —Debí matar a Golo —dijo Zando apretando los dientes—. Tuve la ocasión de haber detenido todo esto antes de empezar.
      —Eres un paladín del bien amor mío. No matas a sangre fría. Jamás te arrepientas de perdonar una vida, ni siquiera la suya. 
      —Cuando creo que no puedo admirarte más, me sacas de mi error —dijo Zando abrazándola con ternura.
      —Te he preparado todo cuanto necesitas para el viaje —dijo Vera apartándose a regañadientes y señalando la mochila—. Las provisiones deberían durar hasta que llegues al próximo acuartelamiento. He hablado con el herrero y ha preparado el mejor caballo de la aldea para ti.  Le dije que no hacía falta que reparase tu espada, creo que no la vas a necesitar. Procura dejar algún úmbrico con vida —bromeó señalando a Yuddai. 
      —Todo ha sido tan repentino —trató de protestar Zando—. Debería avisar a Brodim de mi partida.
      —La narlina con tu respuesta afirmativa para Brodim partió hace una hora —reconoció Vera sonrojándose.
      —Ya veo, has pensado en todo… sólo me queda partir, por lo que veo.
      —Es mejor así, si lo retrasamos, puede que nos demos alguna excusa, que no reunamos el valor para hacer lo que es necesario. Vete y regresa junto a mí cuanto antes —se despidió Vera fundiéndose en un abrazo. 
      —Ni los siete reinos aunando fuerzas me impedirían regresar junto a ti. Tienes mi palabra. 
      —Te creo —dijo Vera con la voz a punto de fallarle por la emoción. 
      Unos minutos más tarde Zando abandonaba los límites de la propiedad. El grupo acampado en la linde seguía allí, esperando la oportunidad de convertirse en sus aprendices. Zando los sorprendió ejecutando unas formas con la espada. Su técnica estaba repleta de fallos, pero no les faltaba entusiasmo. Anticipándose a las demandas de los jóvenes, se dirigió hacia ellos. 
      —Lleváis meses insistiendo en que os entrene —les dijo—, lo habéis conseguido. 
      El grupo estalló en vítores, incrédulos ante su suerte. 
      —Aunque antes os impongo una condición —advirtió—. Voy a ausentarme unos días. Durante mi ausencia quiero que atendáis la granja de mi mujer por mí. Haréis todo cuanto ella os solicite y la protegeréis con vuestra vida en mi ausencia. Si cumplís mi deseo me comprometo a enseñaros todo cuanto sé, no importa el tiempo que me lleve. ¿Tengo vuestra palabra?
      Todos asintieron al unísono, llenos de felicidad. 
      —Podéis usar el granero para dormir —dijo Zando. Después continuó su camino sin dirigirles una sola palabra más. 
      >>Espero que me perdones por esta jugarreta, Vera —dijo para sí. 
      Mientras el resto de sus compañeros recogían apresuradamente el improvisado campamento, uno de ellos tomó un pergamino y garabateó unas líneas prestando atención de pasar inadvertido.
      “Nuestros temores se han confirmado. Zando ha iniciado un viaje con destino desconocido y, a su vuelta,  ha aceptado transmitir sus conocimientos y entrenar aprendices.” 
      Cuando hubo terminado lo enrolló e introdujo en la narlina. Ésta comenzó su viaje en cuanto el joven la lanzó con disimulo al aire. Su misión allí había finalizado. 
      Zando podía darse por muerto. 
      

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5 Opiniones:

kzulu dijo...

Cada vez se abren más caminos en la historia.

Me habría gustado que se hablara más de la espada, del entrenamiento con ella.

Fernando G. Caba dijo...

Sí que se abren, y los que quedan. Mientras se pueda seguir bien la trama, vamos bien.
El tema de la espada va a dar mucho de sí, paciencia. Todo se andará.

Vero dijo...

Ahora mucho mejor, me alegra que me hagas caso jajajaja.

kzulu dijo...

Tiene razón Vero, mucho mejor.

Por rizar el rizo, cuando Zando está en Onmi es consciente de todo ¿entonces no sé daría cuenta de que Vera ha lanzado la narlina?

Fernando G. Caba dijo...

Es consciente de todo cuanto lo rodea... en combate. No se vuelve omnisciente, sólo desarrolla un sentido de anticipación en el combate. Algo así como el sentido arácnido de Peter Parker.
A mediados de este libro aclararé los diferentes tipos de talentos que imbuyen a los que alcanzan el omni, que son varios. Todo se andará...